Sabino Guisu / 8·Ago·2014

SABINO GUISU: LOS RITUALES DEL HUMO

LA FASCINACIÓN POR LA MATERIA

Producir humo calcinando madera, capturarlo mediante la restricción del aire y luego mezclarlo con agua para hacer tinta, es una práctica proveniente de estados primigenios de la cultura, tiempos que no concebían separaciones francas entre el artista y el místico. El uso del pigmento negro elaborado a partir del humo tiene registros que van desde el carboncillo prehistórico hasta el cartucho de tóner de una impresora láser, pasando por la ancestral y eficaz tinta china.

Sahagún, ese obsesivo informante de la colonia, nos revela la versión mesoamericana del invento: “Hacen estos naturales tinta del humo de las teas, y es tinta fina. Llámanla tilli ócotl. Meticuloso, el fraile tradujo la descripción prehispánica: Tilli (negro): es el humo del pino, es el hollín del pino (ócotl, ocote), es ennegrecedor de cosas”.

La imagen infrarroja de un lienzo europeo del siglo XIX permite observar, nítidamente, el boceto original, trazado con negro de humo, uno de los pigmentos más estables y permanentes que conocemos.

¿Y fueron aquellos antiguos místicos-artistas quienes descubrieron las cualidades mágicas del intoxicante humo, que se eleva tenazmente hacia el cielo, describiendo formas bellas e inaprensibles? Porque no hay ritual sin humo. Y el arte, lo sabemos, es todavía un conjunto de ceremonias. Pero esto es el XXI, el siglo de las patologías.

Sabino Guisu es francamente un incendiario. Crónicas de infancia lo describen ya como miembro de una banda de pirómanos peligrosos, guiados, eso sí, por un sabio axioma oriental: No es lo mismo quemar una maceta que un bosque.

Guisu, como Wolfgang Palaen, aplica directamente el humo sobre las superficies, lo que permite capturar, en la obra, la caprichosa danza de las volutas. En ocasiones, la combustión se aplica en la suavidad de ceras, maderas o copal. A veces es necesaria la rudeza del gas y el soplete. Una de las muchas diferencias con Paalen, es que el estudio de Sabino no cuenta con seguro contra incendios. No es un asunto menor, si al artista le ha dado por el formato grande, pero vale la pena: ha logrado una precoz maestría en el control de los azarosos movimientos de la combustión, y claro, cierto grado de intoxicación.

La miel es el otro elemento que Sabino ha encontrado para meterse en dificultades. La viscosidad y la adherencia son propiedades atractivas para alguien dispuesto a atenerse a las consecuencias. El fluido se cristaliza. Las piezas poseen un brillo que proviene de algo vivo. La tentación surgió del hallazgo de un panal en zona de riesgo: más allá del peligro que significa un panal en el patio de un museo, las abejas producen trazos magistrales, y su existencia se encuentra en riesgo.

Sabino elige sus temas siguiendo una ruta simbólica deliberada.  Los íconos de la resistencia civil, el gran mapa del mundo, el tzompantli. Al vincularse con lo ígneo, las imágenes remiten a conceptos históricamente entrelazados: sacrificio y liberación. Esclavitud, genocidio, revolución, nuestra historia está marcada con fuego, por una impronta de ritual sacrificial.

En las piezas elaboradas en coproducción con laboriosos insectos, la ruta sigue procesos de transformación de la materia y le adhiere dos términos de la postmodernidad: ecocidio y extinción.

Y si uno pasa de discursos, puede simplemente colocarse a cierta distancia, perderse en las volutas y contemplar, capturada en la tela, la extraña y antigua fascinación del humo.

En la obra de Sabino Guisu, en la volatilidad del humo y la densidad de la miel, la destreza del artista se amolda a las modificaciones naturales de la materia.

Share This :